Tres años después de mi último MAPOMA, decidí volver a la distancia de Filípides, pero esta vez en la segunda edición del maratón en Coruña. He vuelto a correr con cierta constancia, he programado mis entrenamientos y estoy siendo muy respetuoso con ellos, así que todo apuntaba bien.
Y ahí estaba yo, el 21 de abril a las 8:30 de la mañana, esperando que dieran el pistoletazo de salida para lo que iba a ser mi octava participación en la distancia. Después de un minuto de silencio en homenaje y recuerdo a las víctimas del atentado de Boston de hace seis días comienza la carrera.
Salida tranquila, muy tranquila. Aunque somos muchos (creo que 1000) no tiene nada que ver con esas salidas multitudinarias del MAPOMA. Enseguida se puede coger el ritmo.
Mi primera sensación es cuánto me pesan las piernas. Pienso en la tarde de ayer, visitando el acuario con mis hijos y mi mujer. Yo sé que lo lógico habría sido estar tranquilo, sentado, descansando, pero han venido a Coruña conmigo para disfrutar, y no les puedo negar esa visita a la casa del mar.
De todos modos, en un par de kilómetros he cogido un buen ritmo. Conforme al plan.
La primera mitad de la carrera transcurre con normalidad, aunque noto ciertas molestias en la pierna izquierda, a las que no quiero hacer mucho caso para no agobiarme. Si consigo conservar este ritmo acabaré en 3:30, ese es mi plan A, todo un sueño, aunque no olvido que lo normal es que baje en la segunda mitad, con lo cual tendré que pensar en el plan B, y si me voy a 3:40 pues tan contento, con tal de hacer menos del 3:43 que tengo en MAPOMA, yo feliz.
Comparto unos kilómetros con Pipe, de Esprintes Ourense, y con Sonia, de Lombis-Vigo, y un compañero suyo que ha venido a tirar de ella hasta la media. Al llegar a la media maratón el compañero de Sonia dice que nos deja.
Sonia me dice que va bien, pero que tiene ciertas moelstias que espera no le den guerra. “Vaya”, me digo, “todos andamos igual”.
Y así llego al kilómetro 25, en el que empiezo a notar que necesito bajar el ritmo. La parte posterior del muslo izquierdo empieza a avisarme con unos pinchazos. No quiero ni pensar en que pueda llegar a dolerme más. Me despido de Sonia y le deseo suerte. Yo tengo que bajar, quiero llegar, y quiero llegar en condiciones. No tiene sentido forzar más.
En el kilómetro 28 empieza la tercera vuelta. Ya he dado dos vueltas al circuito, lo conozco, sé lo que me espera, sólo tengo que aguantar.
En el kilómetro 30 me doy cuenta de que estoy empezando a larvar pensamientos negativos. Sé que ya no voy a conseguir hacer 3:30, así que paso al plan B, pero también recuerdo que es el kilómetro donde tuve que abandonar en el maratón que corrí en 2008. Y sé que a partir de aquí, en cualquier esquina, en cualquier curva, en cualquier cuesta, se encuentra el hombre del mazo, dispuesto a darme un buen golpe y dejarme tirado en la cuneta.
Camino del kilómetro 34 hay un pequeño repecho, una pequeña cuesta, pero llego tocado, me empieza a doler el gemelo, la rodilla me avisa, se levanta viento en contra, aparecen más pensamientos negativos, me viene a la cabeza la idea de parar… NOOOOOOOO, me grito, SIGUE Y NO PARES.
Hago la subida de Riazor sin convicción, vencido mentalmente, cojeando. Y antes de llegar al 35 la pierna me dice que hasta ahí, que ya está bien, una mezcla de dolor, calambre, punzada, me recorre la pierna, desde el glúteo hasta la rodilla. Se acabó, ahora sí, tengo que parar un poco.
A partir de ahí, kilómetros eternos de dolor, de sufrimiento mental y físico, lágrimas, gritos…. Pero también la DECISIÓN de acabar. Ya que estoy aquí, ya que he llegado aquí, aguanto.
Alterno caminar con trote, cada vez que echo a andar hay alguien de la organización que me pregunta qué tal estoy. La respuesta es siempre la misma: JODIDO, PERO BIEN.
36. 37. 38. 39. 40…
Y 41. La llegada a este kilómetro cambia todo. No sé de dónde, pero salen fuerzas. Estoy “al lado” de la meta, a punto de acabar este sufrimiento, hay mucha gente animando, todo el mundo aplaude, grita, el calor humano es impresionante… y sobre todo, en cualquier sitio pueden estar Gloria y los niños. Hago el último kilómetro emocionado. En el kilómetro 42 hay una persona que me dice algo así como “ánimo, ya estás aquí, estos últimos metros son para disfrutarlos, son tus metros de gloria”. Y claro, le digo que sí, que son los metros de Gloria, porque a ella se los dedico mentalmente.
Y podría haber hecho mejor marca, pero ahí estaba ella, a 100 metros del final, así que me paré, le hice una peineta a la meta y le di un beso a mi mujer.
Y después ya sí, entré, con los brazos en alto.
Maratón, te he vuelto a vencer. De mala manera pero te he vuelto a vencer. Te he visto los colmillos, y me has golpeado con saña, pero te he vuelto a vencer. Estoy roto, pero te he vuelto a vencer. Amarga victoria, pero victoria al fin y al cabo.
Y por supuesto….
PENSANDO EN EL AÑO QUE VIENE